Microrrelatos de Hoy
La Estatua
Siempre quiso parecerse a aquella estatua que día a día visitaba en el parque al que llevaba a pasear a sus perros. Era una figura blanca de mujer, que tenía entre sus manos un libro abierto y en su cara una sonrisa. Además, le parecía que la miraba haciéndole distintas preguntas:
-
De dónde eres
-
Cómo eres
-
Cuánto tiempo llevas viniendo por aquí
-
Te gustan los días soleados o prefieres los fríos
-
Eres de playa o de montaña
Guardaba aquella estatua, quizás escritas en aquel libro abierto, infinitas preguntas para hacerle y ella imaginaba las respuestas que le daba, como si en aquel acercamiento produjera un poco de vida móvil a tan plácida flacidez.
La estatua dirigía la mirada hacia la entrada del parque, una entrada señorial, con un escudo de oro en la parte superior y que invitaba a tragar a todos los que pasaban por allí.
Lo primero con lo que ella se encontraba era con su mirada, una mirada hueca de estatua, sobre la que uno resignificaba una dirección y cerraba un sentido.
Un día pasó a una hora distinta de la habitual y vio a la figura sentada en el pedestal. Miró la puerta pensando si se habría equivocado de entrada, pero allí estaba el portalón de oro anunciando la entrada.
Sintió una mezcla de desorientación y temor, y por un momento pensó si aquella efigie, con la que se encontraba todas las mañanas, no existiría.
Angustiada fue precipitadamente a su casa, porque dudó de si tenía perros a los que ir a pasear.
La casa estaba silenciosa cuando entró, y por más que buscó no halló ningún ladrido que le diera la bienvenida.
No podía ser, todo era producto de su imaginación. Había llegado muy lejos con aquel juego. Hablar a una estatua, pero ¿qué creía? ¿Que cobraría vida? ¿Que una estatua se habría interesado por ella? Pero ¿por qué? ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Es que acaso no había nadie que mirara bajo sus ojos el signo del color del día? ¿Nadie quien le levantara el pelo con suavidad por detrás y le rozara sus labios contra la nuca? ¿Nadie que juntara su cuerpo al suyo y con el que acompasar el palpitar?
En estas divagaciones estaba cuando sonó el despertador, y entonces respiró tranquila, dándose cuenta de que SÓLO había sido un sueño.
Pino Lorenzo.![[Img #8227]](http://vergrancanaria.com/upload/images/06_2024/4947_pino-lorenzo-200.jpg)

Siempre quiso parecerse a aquella estatua que día a día visitaba en el parque al que llevaba a pasear a sus perros. Era una figura blanca de mujer, que tenía entre sus manos un libro abierto y en su cara una sonrisa. Además, le parecía que la miraba haciéndole distintas preguntas:
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De dónde eres
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Cómo eres
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Cuánto tiempo llevas viniendo por aquí
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Te gustan los días soleados o prefieres los fríos
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Eres de playa o de montaña
Guardaba aquella estatua, quizás escritas en aquel libro abierto, infinitas preguntas para hacerle y ella imaginaba las respuestas que le daba, como si en aquel acercamiento produjera un poco de vida móvil a tan plácida flacidez.
La estatua dirigía la mirada hacia la entrada del parque, una entrada señorial, con un escudo de oro en la parte superior y que invitaba a tragar a todos los que pasaban por allí.
Lo primero con lo que ella se encontraba era con su mirada, una mirada hueca de estatua, sobre la que uno resignificaba una dirección y cerraba un sentido.
Un día pasó a una hora distinta de la habitual y vio a la figura sentada en el pedestal. Miró la puerta pensando si se habría equivocado de entrada, pero allí estaba el portalón de oro anunciando la entrada.
Sintió una mezcla de desorientación y temor, y por un momento pensó si aquella efigie, con la que se encontraba todas las mañanas, no existiría.
Angustiada fue precipitadamente a su casa, porque dudó de si tenía perros a los que ir a pasear.
La casa estaba silenciosa cuando entró, y por más que buscó no halló ningún ladrido que le diera la bienvenida.
No podía ser, todo era producto de su imaginación. Había llegado muy lejos con aquel juego. Hablar a una estatua, pero ¿qué creía? ¿Que cobraría vida? ¿Que una estatua se habría interesado por ella? Pero ¿por qué? ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Es que acaso no había nadie que mirara bajo sus ojos el signo del color del día? ¿Nadie quien le levantara el pelo con suavidad por detrás y le rozara sus labios contra la nuca? ¿Nadie que juntara su cuerpo al suyo y con el que acompasar el palpitar?
En estas divagaciones estaba cuando sonó el despertador, y entonces respiró tranquila, dándose cuenta de que SÓLO había sido un sueño.
Pino Lorenzo.
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