Cartas desde Punta del Hidalgo
Vagando como cosacos donde no llegan voces indeseables
Se trata de un viaje en cierto modo inesperado. Es verdad que, a estas alturas, nace más en la necesidad de respirar que en el ánimo de distracción.
Y, aquí vamos, vagando como cosacos. La mar prometía buenas condiciones de navegación y el atardecer se dibujó en el horizonte como un escenario perfecto para lanzarse a la aventura; no obstante y metidos ya en el vientre de este monstruo metálico, no puedo ocultar que estos sinuosos bamboleos de izquierda a derecha están queriendo pasarnos factura a algunos pasajeros.
Vamos perdiendo de vista las montañas chicharreras, no tanto por la distancia a la que navegamos, como por el efecto de la bruma y las nubes grises que se van desplomando sobre la isla que hemos abandonado.
La mar...., la mar por su parte, se va abriendo sin más. El azul ya hace rato que perdió su intensidad y está llegando ese instante cuasi somnoliento en el que cielo y mar se funden por fin en un solo cuerpo, en una sustancia única... ¡Chiquito abrazo! ¡Qué miradas entre mar y cielo!...
La noche anda ya descolgando su túnica del armario y una extraña pero familiar paz se va enseñoreando en el ambiente... Simplemente, navegamos.
Aquí no nos alcanzan voces indeseables. Ni tan siquiera los ecos se atreven... tan sólo, tan sólo este dichoso bamboleo que se empeña en llevarnos, como títeres sin alma, de la izquierda hacia la derecha... De la derecha hacia la izquierda...!
Llevo algunos días con ganas de desahogar determinadas inquietudes. No sé si periodísticas, amarillas, rojas... No sé...
Tal vez, tal vez, no sea más que la razón política esa que a todos tanto nos afecta y agobia... La maldita necesidad de explotar, de gritarle cuatro cosas a la cara del primero que pase.
La insoportable exigencia de tener que agarrar fuerte el timón, aunque no tengamos destino ni carta de navegación a la vista... Simplemente, porque está uno harto del descaro y de este desafío permanente.
Luego..., luego me dejo llevar por la esperanza que otorga el disfrutar todavía de una cierta comodidad material; por el privilegio de poder administrar un remanente, cada vez más menguado, es cierto, pero remanente al fin y al cabo...!
Acaba uno por aplazar la Revolución nuevamente hasta mañana:¡mañana será otro día! ¡Mañana!
¡Mañana sí que empuñaré las armas!...
¡Joder, cómo se mueve este barco! Casi vamos llegando a La Gomera...!!!
J. Alberto Valadez
Jueves 21 de febrero de 2013

Se trata de un viaje en cierto modo inesperado. Es verdad que, a estas alturas, nace más en la necesidad de respirar que en el ánimo de distracción.
Y, aquí vamos, vagando como cosacos. La mar prometía buenas condiciones de navegación y el atardecer se dibujó en el horizonte como un escenario perfecto para lanzarse a la aventura; no obstante y metidos ya en el vientre de este monstruo metálico, no puedo ocultar que estos sinuosos bamboleos de izquierda a derecha están queriendo pasarnos factura a algunos pasajeros.
Vamos perdiendo de vista las montañas chicharreras, no tanto por la distancia a la que navegamos, como por el efecto de la bruma y las nubes grises que se van desplomando sobre la isla que hemos abandonado.
La mar...., la mar por su parte, se va abriendo sin más. El azul ya hace rato que perdió su intensidad y está llegando ese instante cuasi somnoliento en el que cielo y mar se funden por fin en un solo cuerpo, en una sustancia única... ¡Chiquito abrazo! ¡Qué miradas entre mar y cielo!...
La noche anda ya descolgando su túnica del armario y una extraña pero familiar paz se va enseñoreando en el ambiente... Simplemente, navegamos.
Aquí no nos alcanzan voces indeseables. Ni tan siquiera los ecos se atreven... tan sólo, tan sólo este dichoso bamboleo que se empeña en llevarnos, como títeres sin alma, de la izquierda hacia la derecha... De la derecha hacia la izquierda...!
Llevo algunos días con ganas de desahogar determinadas inquietudes. No sé si periodísticas, amarillas, rojas... No sé...
Tal vez, tal vez, no sea más que la razón política esa que a todos tanto nos afecta y agobia... La maldita necesidad de explotar, de gritarle cuatro cosas a la cara del primero que pase.
La insoportable exigencia de tener que agarrar fuerte el timón, aunque no tengamos destino ni carta de navegación a la vista... Simplemente, porque está uno harto del descaro y de este desafío permanente.
Luego..., luego me dejo llevar por la esperanza que otorga el disfrutar todavía de una cierta comodidad material; por el privilegio de poder administrar un remanente, cada vez más menguado, es cierto, pero remanente al fin y al cabo...!
Acaba uno por aplazar la Revolución nuevamente hasta mañana:¡mañana será otro día! ¡Mañana!
¡Mañana sí que empuñaré las armas!...
¡Joder, cómo se mueve este barco! Casi vamos llegando a La Gomera...!!!
J. Alberto Valadez
Jueves 21 de febrero de 2013
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