Cartas desde Punta del Hidalgo
La ventura de un vivir así, sin diligencias, sin mandatos...
A veces uno se lamenta por no haber nacido con alma vegetal: una pena no compartir la naturaleza de la hortaliza y ya…Con una pequeña macetita se hubiera uno conformado.
Sí, sí, sí, tener el alma verde de una legumbre, el aliento de la enredadera que todo lo envuelve de manera imperceptible; el ánimo del Pino que crece y crece en la plaza de la Junta suprema; y qué no decir del Ciprés del cementerio o del eucalipto de la carretera vieja; participar de la esencia del Drago que espera sin más en el jardín trasero de la casa solariega… ¿A quién espera…?
A veces, solo a veces, uno sueña despierto con las venturas de un vivir sin diligencias, sin mandatos ni competencias… vivir así, por vivir… sencillamente porque sí…
Durar sin otra obligación ni memoria que la de estar en el camino… sin necesidad de razones que se prorrogan más allá de la esquina… vivir como un vegetal… sin exámenes en mayo… Sin puertas a las que tener que llamar…!
A veces, solo a veces, deja uno de pensar como piensa el animal instintivo que lleva dentro: enseguida, enseguida se cae en la cuenta de que, la animalidad, tiene también sus ventajas; que merecen la pena la fugacidad del acaso y lo interminable de un quizá, bueno, tal vez… que compensa la fatiga inútil, todo, todo por un café calentito que subsiste apenas nada y mira todo lo que da…!
Advierte uno que parece razonable intercambiar la admirable inmovilidad del Pino o la eternidad del Drago… por un simple café calentito… justo al doblar la próxima esquina… cambiarlo todo por poder regresar al mismo sitio de siempre… invariablemente al mismo lugar…!
… ¡Merece la pena, después de todo, ser un animal!
J. Alberto Valadez
Sábado 11 de mayo de 2013

A veces uno se lamenta por no haber nacido con alma vegetal: una pena no compartir la naturaleza de la hortaliza y ya…Con una pequeña macetita se hubiera uno conformado.
Sí, sí, sí, tener el alma verde de una legumbre, el aliento de la enredadera que todo lo envuelve de manera imperceptible; el ánimo del Pino que crece y crece en la plaza de la Junta suprema; y qué no decir del Ciprés del cementerio o del eucalipto de la carretera vieja; participar de la esencia del Drago que espera sin más en el jardín trasero de la casa solariega… ¿A quién espera…?
A veces, solo a veces, uno sueña despierto con las venturas de un vivir sin diligencias, sin mandatos ni competencias… vivir así, por vivir… sencillamente porque sí…
Durar sin otra obligación ni memoria que la de estar en el camino… sin necesidad de razones que se prorrogan más allá de la esquina… vivir como un vegetal… sin exámenes en mayo… Sin puertas a las que tener que llamar…!
A veces, solo a veces, deja uno de pensar como piensa el animal instintivo que lleva dentro: enseguida, enseguida se cae en la cuenta de que, la animalidad, tiene también sus ventajas; que merecen la pena la fugacidad del acaso y lo interminable de un quizá, bueno, tal vez… que compensa la fatiga inútil, todo, todo por un café calentito que subsiste apenas nada y mira todo lo que da…!
Advierte uno que parece razonable intercambiar la admirable inmovilidad del Pino o la eternidad del Drago… por un simple café calentito… justo al doblar la próxima esquina… cambiarlo todo por poder regresar al mismo sitio de siempre… invariablemente al mismo lugar…!
… ¡Merece la pena, después de todo, ser un animal!
J. Alberto Valadez
Sábado 11 de mayo de 2013
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.109