Cartas desde Punta del Hidalgo
Entonces, ¿Desaprendemos la Navidad o no?
Ahora resulta que hemos de desaprender también todo lo que creíamos conocer acerca de la Navidad. No es por nada, pero creo, que mejor nos iría si nos dejásemos llevar un poquito más por nuestros instintos.
Lo que yo daría por tener una mente capaz de describir los pequeños detalles con exactitud: sin añadir ni restar una milésima de más o de menos. Sin mayor afectación. Una mente capaz de representar las formas en sus límites escrupulosos y sanseacabó.
Al amanecer del 24 no quise perderme el rito del café calentito en la bulliciosa cafetería de siempre. Hacía frío esta mañana, mucho frío. Al entrar, como iba pensando en si quitarme o no los guantes para evitar riesgos – ¡no es la primera vez que se me cae la tacita! -, no me fijé en la mesa rectangular, cubierta con un mantel rojo, que habían instalado en un largo pasillo y en la que se ofrecían a los clientes los más variados productos navideños para su degustación, gratuita, naturalmente. Toda una gentileza que dejaba en uno los sentimientos encontrados de agradecimiento y desconcierto: no está uno acostumbrado a que le ofrezcan nada a cambio de nada.
Como cada día, saboreé el café despacio, muy despacio. Como siempre, precisé su negrura. Invariablemente retuve todo lo que pude el aroma. Recordé el frío tremendo que hacía en la calle en aquella hora. Le eché una última mirada a la navideña mesa rectangular, al mantel rojo, bien planchadito, con sus campanitas doradas…!
Y me fui de la agitada cafetería con las tres preguntas que me tienen a maltraer en estos días:
“Entonces ¿Desaprendemos la Navidad o no?
¿Qué tienen de malo nuestros instintos?
Y, ¿Para cuándo la cura de humildad que tanto necesitamos?
J. Alberto Valadez
Martes 24 de diciembre de 2013

Ahora resulta que hemos de desaprender también todo lo que creíamos conocer acerca de la Navidad. No es por nada, pero creo, que mejor nos iría si nos dejásemos llevar un poquito más por nuestros instintos.
Lo que yo daría por tener una mente capaz de describir los pequeños detalles con exactitud: sin añadir ni restar una milésima de más o de menos. Sin mayor afectación. Una mente capaz de representar las formas en sus límites escrupulosos y sanseacabó.
Al amanecer del 24 no quise perderme el rito del café calentito en la bulliciosa cafetería de siempre. Hacía frío esta mañana, mucho frío. Al entrar, como iba pensando en si quitarme o no los guantes para evitar riesgos – ¡no es la primera vez que se me cae la tacita! -, no me fijé en la mesa rectangular, cubierta con un mantel rojo, que habían instalado en un largo pasillo y en la que se ofrecían a los clientes los más variados productos navideños para su degustación, gratuita, naturalmente. Toda una gentileza que dejaba en uno los sentimientos encontrados de agradecimiento y desconcierto: no está uno acostumbrado a que le ofrezcan nada a cambio de nada.
Como cada día, saboreé el café despacio, muy despacio. Como siempre, precisé su negrura. Invariablemente retuve todo lo que pude el aroma. Recordé el frío tremendo que hacía en la calle en aquella hora. Le eché una última mirada a la navideña mesa rectangular, al mantel rojo, bien planchadito, con sus campanitas doradas…!
Y me fui de la agitada cafetería con las tres preguntas que me tienen a maltraer en estos días:
“Entonces ¿Desaprendemos la Navidad o no?
¿Qué tienen de malo nuestros instintos?
Y, ¿Para cuándo la cura de humildad que tanto necesitamos?
J. Alberto Valadez
Martes 24 de diciembre de 2013
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