Cartas desde Punta del Hidalgo
La espera y las preguntas van hasta la revolución cotidiana
La espera...!
Mientras esperaba en la parada del tranvía una palabra se encasquilló en mi mente a modo de exigencia: "Revolución...". Vaya, creo que voy a tener matraquilla para todo el día: "Revolución, Revolución, Revolución..."
Pero, ¿De qué Revolución se trata? ¿Por dónde comenzarla...?... así transcurrieron los cinco minutos de espera... "Revolución, Revolución..."
Y... la demora no resultó, después de todo, un tiempo perdido. En aquellos cinco minutos me llegaron los empujoncitos racheados del frío aire del norte.
Mientras esperaba, escuché el balanceo acompasado de las largas hojas de las palmeras... y, además, recibí el calorcito lejano de los primeros rayitos de sol que disipaban las tempraneras brumas laguneras...!
Cuando subí al tranvía dejé en el horizonte un círculo encendido y perfecto... un tesoro dorado que ascendía con lentitud, con seguridad y con firmeza... con cuánto aplomo se eleva el sol cada mañana...!
Ah...no lo he dicho aún pero, sin saber cómo, se me desencasquilló la cabeza antes de alcanzar la siguiente parada.
Se me olvidó hasta la espera... quedé admirado ante la revolución cotidiana de la chica que cada mañana, en el bar de la esquina, sirve el cortadito con una sonrisa y acaricia, con su paño de cuadros rojos y blancos, la mesita de madera...!!!
J. Alberto Valadez.
Jueves 8 de diciembre de 2011

La espera...!
Mientras esperaba en la parada del tranvía una palabra se encasquilló en mi mente a modo de exigencia: "Revolución...". Vaya, creo que voy a tener matraquilla para todo el día: "Revolución, Revolución, Revolución..."
Pero, ¿De qué Revolución se trata? ¿Por dónde comenzarla...?... así transcurrieron los cinco minutos de espera... "Revolución, Revolución..."
Y... la demora no resultó, después de todo, un tiempo perdido. En aquellos cinco minutos me llegaron los empujoncitos racheados del frío aire del norte.
Mientras esperaba, escuché el balanceo acompasado de las largas hojas de las palmeras... y, además, recibí el calorcito lejano de los primeros rayitos de sol que disipaban las tempraneras brumas laguneras...!
Cuando subí al tranvía dejé en el horizonte un círculo encendido y perfecto... un tesoro dorado que ascendía con lentitud, con seguridad y con firmeza... con cuánto aplomo se eleva el sol cada mañana...!
Ah...no lo he dicho aún pero, sin saber cómo, se me desencasquilló la cabeza antes de alcanzar la siguiente parada.
Se me olvidó hasta la espera... quedé admirado ante la revolución cotidiana de la chica que cada mañana, en el bar de la esquina, sirve el cortadito con una sonrisa y acaricia, con su paño de cuadros rojos y blancos, la mesita de madera...!!!
J. Alberto Valadez.
Jueves 8 de diciembre de 2011
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